Análisis / 7 de octubre de 2020 / Tiempo de lectura: 12 min.

Las verdades que conviven: una reflexión sobre polarización, verdad y confianza

La polarización que hoy se vive en Colombia confirma lo que nos advierte John Paul Lederach en este texto: más que la verdad, la principal víctima de la guerra es la confianza. Lederach, en todo caso, nos deja un mensaje de esperanza, resaltando experiencias en distintas partes del país que le apostaron a la conversación y al diálogo incluso en medio de la guerra.

Lederach durante el conversatorio con el padre De Roux en el Banco de la República.
Lederach durante el conversatorio con el padre De Roux en el Banco de la República.

Un amigo africano siempre me dice cuando nos encontramos: “tengo algo que decirte antes de hablar”. Pues bien: tengo algo que decirles antes de hablar y es que quiero adelantar la conclusión de esta charla.

Colombia es un país de enorme riqueza. Hablo, principalmente, de la riqueza humana, y por eso este es un país de profunda resiliencia y esperanza. Será un ejemplo mundial de cómo pasar de la guerra a la paz, un ejemplo de cómo construir la casa donde quepamos todas y todos, y en la que verdades distintas, diferenciadas y hasta opuestas, aprenderán a convivir sin violencia.

Si les interesa este cuento, vengan conmigo. Tengo varios más para sostener esta tesis.

Me gustan los cuentos. Los relatos. Las historias. No somos seres humanos sin narrarnos. Por eso, acercarnos a ciertas verdades significa escuchar las historias vividas y relatar lo que hemos visto y experimentado.

Y por eso les comparto una experiencia que tuve en Tayikistán, hace casi 20 años. Se trata del relato que me contó el Profesor Abdul sobre la experiencia que vivió cuando la guerra intertayika entró en negociaciones.

Estábamos en Dushanbe, la ciudad capital, en un encuentro con 20 profesores de siete universidades. Su país pasaba por esta fase que ustedes seguramente reconocerán, llamada “pos-conflicto”, y juntos estábamos elaborando un currículo universitario sobre los estudios de paz. Aquel día tenía que dar una ponencia sobre la mediación internacional. La monté muy bien, con ejemplos, descripciones del proceso y un buen esquema de análisis. Me sentí satisfecho cuando cerramos la sesión y nos fuimos para la pausa del té.

Yo ya había aprendido que, en la pausa del té, la gente siempre se acercaba para plantear sus ideas y dudas. La verdad, las conversaciones que se daban en esos 20 minutos casi siempre eran más ricas que las discusiones en la clase. Incluso, me preguntaba por qué no nos organizábamos con una hora de té y 20 minutos de clase.

Estaba con mi taza de té en la mano, cuando llegó el Profesor Abdul con la traductora. Me hizo señas de que quería decirme algo. Nos ubicamos en un pasillo de paredes de cemento con ventanas altas, que permitían que el sol de la mañana entrara y brillara en su cara, resaltando su boca llena de dientes de oro. Cada vez que sonreía yo quedaba maravillado. Fue ahí cuando empezó a contarme que un día lo citaron a la oficina del Presidente del país. Acudió y, cuando estaban sentados a solas, el Presidente le pidió un favor.

Resulta que, aunque la mesa de negociación entre todos los grupos armados y el gobierno estaba a punto de lanzarse, un comandante, Mullah, no quería participar. Entonces el presidente le dijo al profesor: “Abdul, si vamos a terminar con esta guerra necesitamos a todos. Sabemos que, por tu familia, ustedes conocen a ese comandante. Yo quiero que vayas a la montaña, le hables y trates de convencerlo de que venga y participe en la mesa”.

De repente Abdul paró y empezó a hablar muy despacio, asegurándose de que la traductora entendiera bien cada frase. “Lo que el Presidente no sabía —dijo—, es que este comandante, aunque era conocido por mi familia, había matado a mi mejor amigo. Y yo no sabía si iba a ser capaz de verme con este enemigo”.

Pero unos días después, Abdul aceptó. Las fuerzas de seguridad lo llevaron por la carretera que salía de la capital hasta el punto en la montaña donde ya no tenían control, dejándolo para que siguiera a pie y conscientes de que en cualquier momento lo capturarían. Y así fue. Horas después se encontraba en el campamento frente al comandante, quien luego de mirarlo, le dijo: “es hora de rezar”. Y, como buenos musulmanes, se fueron a rezar. Al salir, el comandante le preguntó: “¿por qué ha rezado? Usted es comunista… ¡y todo el mundo sabe que los comunistas no rezan!”.

“No soy comunista —dijo Abdul—. Mi padre lo fue, pero yo no”.

“¿Quién eres, entonces?”, siguió preguntando el comandante.

“Soy profesor de literatura, con especialidad en la poesía de los sufí”, dijo él.

El comandante sonrió. Los sufí: Sa’ad, Sanai, Hafiz, Umi. Y, durante la cena, la noche y el día siguiente, solo hablaron de poetas y poesía.

Abdul siguió contándome que tuvo que volver varias veces al campamento y siempre sucedía lo mismo: ambos tomaban el té y hablaban de literatura. Hasta que, en un momento dado, “cuando tuvimos la confianza como para hablar verdades, el comandante me preguntó: “Abdul, ¿por qué vienes aquí?”.

“Comandante —le dije—. Ya sabes por qué estoy aquí: quiero que bajes de esta montaña y te unas a la mesa de negociaciones para acabar con esta guerra de una vez”.

“Y si yo bajo de esta montaña, ¿tú me puedes asegurar la vida?”, contestó.

En este punto, Abdul se demoró en su relato, explicándole varias veces su dilema a la traductora. “Había llegado el momento clave”, dijo. “Yo no podía garantizarle nada. Era una persona odiada por muchos. Entonces, le dije lo único que podía decir: la verdad”.

“Comandante, yo no puedo garantizarle la vida. Yo no sé lo que pasaría si va a la capital. Lo que sí puedo decirle —y en este momento, en el pasillo, Abdul se giró y se puso a mi lado—, es que si baja de esta montaña, yo iré al lado suyo, hombro a hombro, codo a codo. Y si lo matan a usted, yo también moriré”.

Una semana después, bajaron los dos de la montaña. Fue el último negociador que entró en las negociaciones y un año después terminó la guerra civil en Tayikistán.

En su primer discurso en la plenaria, este comandante empezó diciendo: “Yo no estoy aquí porque confíe en ninguno de ustedes; estoy aquí por el respeto y el honor que le tengo al Profesor Abdul”.

Cuando terminamos nuestro té, el Profesor Abdul me agarró del brazo y, caminando juntos al aula, me dijo en su inglés pobre: “¿Ves, mi querido joven americano? Esta es la mediación tayika”.

Me quedaron muchas cosas de esta conversación. Pero lo que más me quedó fueron las palabras: “cuando tuvimos la confianza como para hablar verdades”. Parece que para caminar al horizonte de la verdad hay que abrir un camino de confianza. Y este caminar tiene dos retos: el desafío de hablar con honestidad, y el de abrir la paciencia de la escucha. O, como dijo San Benedicto, “de inclinar el oído del corazón”.

***

Se dice que la primera víctima de la guerra es la verdad. Yo he encontrado que la primera víctima del conflicto es la confianza.

Vivimos en tiempos muy polarizados y de alta conflictividad. No solo aquí, sino en casi todo el mundo. La desconfianza prevalece.

He aprendido que esta conflictividad crea una polarización social muy fuerte, tan fuerte que trastorna el mismo cuerpo.

Podría darles toda una explicación sociológica de las dinámicas y los impactos que crea la polarización cuando se intensifica, pero prefiero explicarla por nuestros sentires y nuestros cuerpos. Por ejemplo, en la polarización intensa no escuchamos por los oídos, sino por los ojos. Sí. Cuando estamos bien polarizados, no escuchamos el contenido de lo que dice el otro; más bien, miramos primero quién lo dice, de qué lado está y a qué rosca pertenece. Y luego, según lo que vemos, la juzgamos a ella o a él, así como al significado de lo que dice.

O miremos como usamos las manos y los dedos. En vez de tener manos que se abren y se ofrecen, lo más común en la polarización son unas manos con dedos que señalan: usted, ustedes, ellos. La conflictividad y los problemas siempre crean un nivel elevado de ansiedad, temor y preocupación. Pero cuanto más polarizados estamos, la búsqueda de una explicación a esta complejidad se reduce a señalar quién tiene la culpa. A culpar, a señalar. Pasamos por alto dos dinámicas que van de la mano, una más visible y otra oculta. Echar culpas resulta casi siempre muy visible y público; lo que no se ve tanto es la dinámica de ocultar la responsabilidad. Si podemos tildar al otro de malo, evitamos la necesidad de afrontar nuestra parte en el sistema que crea el daño.

Tomemos el ejemplo de la boca y la lengua. En plena polarización, dejan de ser fuente de invitación o de servir para saborear la curiosidad acerca de nuestras diferencias, para convertirse en fuente de acusación que, en la intensificación, demonizan al otro en vez de humanizar la cara del conflicto.

Estas son, pues, las tres dinámicas principales de la polarización:

La de juzgar antes de escuchar.

La de culpar como forma de evitar la responsabilidad.

La de demonizar en vez de humanizar.

***

Les comparto una reflexión sobre Colombia que espero que no los desesperance: pueden esperar que en las próximas décadas —y probablemente hasta el fin de este siglo—, convivirán y cohabitarán en este país verdades muy distintas. Se expresarán por narrativas diferenciadas y muy a menudo excluyentes.

Por lo tanto, la pregunta clave es: ¿Bajo qué condiciones será posible hablar con mayor honestidad, escuchar con mayor paciencia y aumentar una curiosidad creativa y colectiva para que estas verdades distintas logren convivir sin violencia?

Sugiero que eso tiene que ver con recorrer un camino donde, paso a paso, se siembran y se vuelven a sembrar las semillas de confianza que permitirán rehumanizar el conflicto.

¿Es posible?

Uno de mis respetados profesores, Kenneth Boulding, tenía esta frase: “Si existe, es posible”.

Y en Colombia sí existe.

Hace poco estuve en Valledupar, donde participé en unas conversaciones con la plataforma de Diálogos Improbables. En los últimos años lograron construir en el Cesar un espacio de intercambio entre personas y grupos que normalmente no estarían juntos; incluso antiguos enemigos. Vi una conversación robusta, de esas que pican y en las que salen emociones. Pero con respeto, con reglas acordadas, con honestidad. Con diferencias profundas que no se evitan, sino que, por el contrario, se ponen sobre la mesa. Con un compromiso a seguir el camino juntos aun cuando sea difícil. Con un compromiso colectivo de no repetir la violencia. Punto ¡Ah! Y parece que, de vez en cuando, ayuda un whiskey juntos.

¿De dónde sale la inspiración para este proceso de improbables? En gran parte de lugares como los Montes de María, donde desde hace años se iniciaron procesos de conversaciones difíciles durante el periodo del conflicto armado abierto en la región. Hoy siguen hablando en un Espacio Regional que reúne a más de 300 organizaciones en conversación permanente acerca de sus diferencias y necesidades, y donde esta semana celebran el festival de la reconciliación.

También está el movimiento de la asociación de trabajadores y campesinos del Magdalena Medio, que nació en los momentos más álgidos de la amenaza armada. Fue entonces cuando el líder Josué Vargas pronunció estas famosas palabras: “no nos juntamos con los que llevan armas, ni de un lado ni del otro, y no nos vamos de este lugar donde vivimos, sino que buscaremos otro camino”.

Y vaya camino. Fíjense en sus principios de movimiento:

“Me comprometo a morir antes de matar. En ningún momento nos armamos”.

“No tenemos enemigos”, y eso que estuvieron rodeados de grupos armados.

“Hablaremos con todos. Iremos donde ellos”.

“Nos proponemos esta disciplina: entenderemos a los que no nos entienden”.

He aquí la gran paradoja de la verdad, la convivencia y la no repetición: lo que anhelas recibir de otra persona, tienes que ofrecérselo a ella. Si quieres autenticidad y sinceridad, pues tienes que ser sincero. Si quieres reconocimiento, primero tienes que reconocer al otro.

Y otra de las grandes paradojas que he encontrado en mis cuatro décadas de vocación: casi siempre las personas que más han sufrido, son las que enseñan el camino para abrir los espacios de una relación no esperada.

***

Usando una metáfora del teatro, se dice que cada uno de nosotros nacimos en el segundo acto de una obra teatral de tres.

Esa frase tiene mucha verdad. Cuando nacemos, no escogemos en qué familia ni en cuáles condiciones llegamos a este mundo. Las familias y los contextos en los que nacemos, tienen narrativas de quienes somos, que a menudo se establecen a partir de saber quiénes no somos (o quiénes son los enemigos). Esto es más fuerte cuando nacemos en plena guerra, pues no hay nada mejor que un enemigo para crear sentido de pertenencia.

Nacimos en esta obra sin haberla escogido. Pero en el segundo acto, nosotros somos actores. Somos capaces de determinar cómo respondemos y de cambiar las condiciones en las que van a nacer las futuras generaciones.

La pregunta para nosotros como actores es: ¿cuál será el legado que dejamos por cuenta de nuestro actuar?

Se cuenta que una vez le preguntaron a Jorge Luis Borges: gran poeta, ¿qué piensa usted de la esperanza?”

“Ah, la esperanza —dijo él—. Ese hermoso recuerdo del futuro”.

Es curioso que el recuerdo no se aplica exclusivamente al pasado, sino que a veces somos capaces de recordar el futuro. Esto se llama “imaginación”.

Entonces, les pregunto en esta tarde, en este lugar, en este momento: ¿Qué cuento, qué legado van a dejar ustedes en la obra que se está escenificando en Colombia?

Vuelvo a mi cuento. De lo que he visto y palpado.

Colombia es un país de enorme riqueza. Hablo, principalmente, de la riqueza humana, y por eso este es un país de profunda resiliencia y esperanza. Será un ejemplo mundial de cómo pasar de la guerra a la paz, un ejemplo de cómo construir la casa donde quepamos todas y todos, y en la que verdades distintas, diferenciadas y hasta opuestas, aprendieron a convivir sin violencia.

Recuerden este futuro.

Compartimos las palabras de John Paul Lederach, académico estadounidense y experto en mediación de conflictos, durante una conversación con el Padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, organizada por la Subgerencia Cultural del Banco de la República el 4 de diciembre de 2019[1], que hoy cobran vigencia.

1. Esta conversación hace parte del ciclo de conferencias ‘Hablemos de verdad, 2019’ en el marco del proyecto cultural ‘La Paz se toma la palabra’, organizada por la Subgerencia Cultural del Banco de la República. Texto editado por la Fundación Ideas para la Paz. Disponible en su versión original en video en: https://www.banrepcultural.org/multimedia/confere...

 

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