Análisis / 17 de agosto de 2017 / Tiempo de lectura: 4 min.

Del miedo a la ingobernabilidad: La salvadoreñización de Colombia

Joaquín Villalobos, exguerrillero salvadoreño y consultor para resolución de conflictos, escribe este análisis para la FIP, basándose en el caso de su país, el cual afronta una crisis política y una catástrofe social, para plantear posibles consecuencias si Colombia no enfrenta adecuada y oportunamente la polarización.

El Salvador es un país que pasó de lo sublime a lo ridículo. Veinticinco años después de haber concluido una cruenta guerra civil mediante un exitoso proceso de paz que trajo por primera vez la democracia, los salvadoreños viven una parálisis económica, una crisis política crónica y una catástrofe social que generó un poderoso fenómeno criminal. Este dramático contraste es utilizado para decirle a los colombianos que la paz con las FARC es un peligro. Pero ni la paz ni la democracia tienen la culpa de lo que pasó en El Salvador.

La paz es un valor positivo en sí mismo, la economía salvadoreña creció 7% cuando se firmó el acuerdo y la democracia es un sistema de gobierno que evita que la gente se mate por el poder y esto dejó de ocurrir. No es de un acuerdo de paz de lo que deben preocuparse los colombianos, sino de la polarización política extrema que ya está en desarrollo en Colombia, porque fue precisamente la polarización la que convirtió una oportunidad en un desastre en El Salvador.

El acuerdo de paz salvadoreño transformó al país en una democracia; los militares dejaron de ser el partido político de los oligarcas y se sometieron al poder civil; la guerrilla renunció a las armas; la Justicia se volvió independiente; los actos de violencia política no volvieron a repetirse; se acabaron los fraudes electorales y los gol- pes de Estado dejaron de ser el principal mecanismo para acceder al poder. Nunca antes siete presidentes y once parlamentos habían sido electos de forma continua.

Sin embargo, ahora más del 30% de la población ha emigrado; el principal ingreso del país proviene de la exportación de personas que luego envían remesas; las prisiones están a más del 300% de su capacidad; las pandillas, que se expandieron en la posguerra, dominan amplios territorios en las ciudades y el campo; el país ya sufrió más homicidios en los 25 años de paz que las 75.000 víctimas que dejó la guerra. El Salvador está entre los países más violentos del mundo y la marca país es la “mara salvatrucha”, un temido fenómeno criminal que, a través de la emigración, adquirió carácter global con presencia en ciudades de Estados Unidos y Europa.

La polarización un círculo vicioso destructivo

La política es competencia y pacto. La competencia sirve para tener identidad, establecer las diferencias frente a los ciudadanos y mejorar la calidad de las propuestas. Los pactos sirven para gobernar, porque siendo imposible que todo mundo piense igual, solo con acuerdos es posible mantener un país unido. Por lo tanto, los países progresan esencialmente por la capacidad que tengan los políticos de pactar a pesar de las diferencias.

Competir desde antagonismos extremos crea un círculo vicioso destructivo que encadena los antivalores miedo-odio-división-conflicto-crisis y esto conduce a la ingobernabilidad. El miedo al adversario se empieza usando para ganar batallas políticas inmediatas, pero ese miedo deriva en un odio que profundiza las divisiones, acaba con la tolerancia y entroniza en los políticos y sus seguidores la idea de que el país sería mejor si el adversario no existiera.

Con la polarización extrema la racionalidad pierde valor, las emociones toman total control, el fundamentalismo derrota al pragmatismo, la calidad de la política y de los políticos se degrada, la inteligencia se convierte en defecto, la incompetencia se vuelve crónica, los acuerdos se vuelven imposibles, los problemas se quedan sin resolver y el país se va al infierno. La lucha por el centro demanda convencer con conocimiento y soluciones, la polarización extrema solo re- quiere activar emociones primarias. En un escenario polarizado, la ignorancia acaba siendo norma y la matonería cualidad. Esto puede ocurrir en cualquier parte, a pesar de que haya paz y democracia, y esto fue precisamente lo que pasó en El Salvador.

 

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