FIP Opina / 4 de octubre de 2012 / Tiempo de lectura: 4 min.

El problema de la tierra y el del polvo

Según una investigación de la FIP que realiza Mauricio Rubio, los encuentros sexuales por dinero podrían no ser simples caprichos personales de los combatientes sino algo más institucionalizado.

Esta columna se publicó el 26 de septiembre de 2012 en elespectador.com Leer columna original

Una mujer del EPL recuerda que las prostitutas eran aceptadas en los campamentos. Era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, como se denominaban las jóvenes campesinas en las zonas de influencia de esa guerrilla.

Uno de cada tres de los desmovilizados encuestados por la Fundación Ideas para la Paz (FIP) reporta haber pagado por tener relaciones sexuales antes de su vinculación al conflicto. Como algunos jóvenes ingresan a los grupos armados sin experiencia sexual previa, esta proporción esconde un poco la magnitud del fenómeno. Con relación a los iniciados sexualmente, el porcentaje es un respetable 38%. No se observan discrepancias sustanciales entre los combatientes de origen rural y los urbanos, pero entre los más pobres la proporción es mayor.

El ELN se diferencia tanto de las FARC como de las AUC por reclutar menos varones con experiencia en sexo venal. Como lo sugieren los testimonios, una vez en el grupo la costumbre persiste, con más fuerza entre los paramilitares (57%) que en la guerrilla (18%). Sólo al desmovilizarse la incidencia del sexo pago entre los guerreros se reduce sustancialmente a menos del 10%.

Los encuentros sexuales por dinero podrían no ser simples caprichos personales de los combatientes sino algo más institucionalizado. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes. Permanecen entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de origen”. La encuesta FIP corrobora el escenario de servicios prestados al grupo, no a los combatientes individuales, puesto que las relaciones con prostitutas las reportan incluso quienes no recibían ninguna remuneración regular de la organización.

La proporción de clientes de la prostitución entre los hombres colombianos no se conoce. Una encuesta realizada hace dos años entre estudiantes universitarios arrojó un porcentaje del 6%, varias veces inferior al de los guerreros.

En términos internacionales, el peso de quienes compran servicios sexuales entre los combatientes es casi el doble de lo observado para los hombres de los mercados de sexo más activos del planeta, los países asiáticos. En Tailandia, por ejemplo, supuesta meca del comercio sexual, tan sólo el 24% de los hombres encuestados por un fabricante de preservativos reporta haber pagado por tener relaciones sexuales. En Vietnam, líder mundial, la cifra es del 34% y en la China del 22%, casi la mitad de la de los insurgentes colombianos. En Alemania y Holanda, donde la prostitución no tiene ninguna restricción, la fracción alcanza apenas el 6%, similar a la de los universitarios nacionales.

Así, al igual que los narcotraficantes, los guerreros constituyen uno de los segmentos más pujantes de la demanda por servicios sexuales en Colombia. Desde la perspectiva de las organizaciones esto no sorprende: la prostitución para atender ejércitos es tanto universal como milenaria. Un dato interesante de la encuesta a desmovilizados es que la afición por el sexo venal se observa desde antes del ingreso de los jóvenes al grupo armado. El mejor predictor de un guerrillero o paramilitar acudiendo a una prostituta es haber tenido esa experiencia antes del reclutamiento.

Sea cual sea la visión que se tenga sobre los clientes del sexo pago sería conveniente no ignorar esa característica de los jóvenes que se vinculan al conflicto, ni tampoco el hecho que las organizaciones armadas ilegales parecen haber desarrollado mecanismos para atraerlos, puesto que allí se concentran de manera considerable.

Por lo que se deduce de las conversaciones preliminares a la mesa en Oslo, un tema tan ligero no llamará la atención de los negociadores, ocupados en cuestiones de mayor trascendencia política. Pero de pronto, para entender mejor el conflicto y comenzar a desmontarlo, podría ser útil sumarle al debate sobre el endémico problema de la tierra algunas reflexiones sobre este intrigante asunto del polvo.

Una damisela del conflicto, la geisha paisita, tiene su teoría sobre por qué en los grupos armados siempre hay clientela fija: “los combatientes también necesitan el aliciente del amor para pelear con valentía”.

Palabras clave: Agrario / Combatientes / farc / Violencia sexual

 

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