FIP Opina / 28 de marzo de 2022 / Tiempo de lectura: 4 min.

El nuevo Congreso y el fantasma de las movilizaciones pasadas

Ha pasado cerca de un año desde el inicio del Paro Nacional y uno de los interrogantes que deberíamos empezar a esclarecer es su efecto sobre la agenda política del país en el próximo cuatrienio.

Esta columna se publicó el 26 de marzo de 2022 en lasillavacia.com Leer columna original
Paro Nacional del 2021
Paro Nacional del 2021
  • Autore/as
  • Paulo Tovar S.
    Paulo Tovar S. Coordinador de participación y diálogo

Por lo que se observa en los resultados legislativos, que aún son preliminares, el Paro no fue el determinante principal en la conformación del actual Congreso, si bien el Pacto Histórico logró capitalizar ese descontento en sus votos. Hacia adelante: ¿podrá el fantasma de las movilizaciones ser un recordatorio de la necesidad de reconectar al Congreso con el sentir ciudadano?

Entre abril y junio del 2021 vivimos en Colombia un periodo de mucha tensión. La ciudadanía salió masivamente a las calles para hacer sentir un inconformismo y malestar que, si bien tenía antecedentes en las movilizaciones de 2019 y 2020, resultó fuertemente atizado por los efectos sociales y económicos de la pandemia, desafiando incluso su peor pico en términos de fallecimientos.

Estas movilizaciones empezaron como respuesta a la reforma tributaria propuesta por el Gobierno Nacional, pero rápidamente aglutinaron una diversidad de reclamos: exclusión y falta de oportunidades, recrudecimiento de la violencia, obstáculos en la implementación del Acuerdo de Paz, amenazas y asesinatos de líderes sociales, pendientes ambientales, agendas animalistas y feministas, y respuestas desproporcionadas por parte de la Fuerza Pública, entre otros.

En ese contexto, los jóvenes fueron ganando centralidad y reconocimiento como el corazón de la protesta.

Con el paso de las semanas, la movilización fue perdiendo intensidad y respaldo. Los bloqueos y las acciones violentas, por ejemplo, fueron cada vez más sancionadas socialmente. También se fue reconociendo que, para pasar de reclamos a transformaciones, era necesario conectar las demandas de la ciudadanía en la calle con los canales institucionales en los que se define la política pública. La perspectiva de un año electoral se vio como una oportunidad para esa conexión, y de ahí los llamados a inscribir la cédula y participar activamente en las jornadas electorales.

Sin embargo, los resultados de las elecciones legislativas —aún por terminar de definirse— indican que las movilizaciones pudieron tener un efecto, pero distan de ser el determinante principal en la composición del nuevo Congreso. No hay duda de que la izquierda logró un triunfo sin precedentes en Senado y Cámara, que este sector es afín a varias de las demandas expresadas en las movilizaciones, y que sumó votos en los lugares donde el Paro tuvo mayor incidencia.

Sin embargo, no se tratan, precisamente, de figuras catapultadas por el Paro.

Las Primeras Líneas, por ejemplo, tan sonadas durante las protestas y que expresaron explícitamente su interés en ser un partido o movimiento político independiente, no lograron materializar esta intención. Los partidos tradicionales, por su parte, demostraron su capacidad de acceder a curules y mantener su relevancia de cara a las elecciones presidenciales.

Lo anterior se enmarca en las dinámicas propias de la participación en nuestro país, que combinan tres elementos: primero, unas reglas de juego muy sofisticadas, con un espíritu progresista heredado de la Constitución del 91, garante de derechos e incluyente; segundo, una ciudadanía relativamente apática frente a la participación en política (la abstención superó el 50 por ciento), que desconfía profundamente del Congreso y que castigó, en buena medida, al Gobierno actual; y tercero, unos operadores políticos expertos en gestionar y conseguir los votos, unos dentro de la legalidad, otros en su límite y otros más recurriendo a prácticas abiertamente ilegales.

Ante este escenario quizás debamos esperar —o de pronto exigir— que nuestras pasadas movilizaciones operen como ese fantasma con capacidad de materializarse que, al estilo de la famosa historia navideña, está presente para recordarle a un personaje supremamente avaro y egocéntrico —en este caso, el Congreso— la necesidad de cambiar su comportamiento.

Cambios no tanto en la forma de llegar al poder, pues queda claro que los partidos saben cómo hacerlo y tienen allí una fortaleza a la que no van a renunciar, sino, más bien, en las agendas y temas a movilizar desde esta institución, de forma que se busque una mejor conexión con las demandas ciudadanas sin tener que recurrir a nuevos escenarios de paro.

Una propuesta concreta

Frente a las movilizaciones del año pasado se activaron, reactivaron o adecuaron una serie de ejercicios impulsados por distintos actores, como entidades del Estado, organizaciones sociales, universidades y sector privado (EAFIT y la FIP, conjuntamente, identificamos más de 60 ejercicios entre diálogos, negociaciones y eventos). Algunas de estas iniciativas han empezado a mostrar sus resultados. Por ejemplo, “Tenemos que Hablar Colombia” acaba de presentar “6 mandatos ciudadanos para pensar el futuro de Colombia”.

Senadores y Representantes recién elegidos podrían acercarse, escuchar y complementar los resultados de estos ejercicios como una manera de reconocer y conectarse con la ciudadanía que buscó a través del diálogo alternativas en un momento de tensión y crisis.

 

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