Análisis / 2 de mayo de 2013 / Tiempo de lectura: 2 min.

Postconflicto: Para ellas será más duro

Para Mauricio Rubio, el postconflicto para las mujeres guerrilleras podría ser una especie de despeñadero hacia una vida tan precaria como la que llevaban al ser reclutadas.

Las perspectivas de reintegración de las mujeres combatientes son aún más difíciles de predecir que las de los varones enganchados al conflicto, pero pintan sombrías pues el comportamiento sexual y reproductivo de ellas fue más manipulado, regulado y por ende resultará más afectado por el conflicto que el de ellos.

María Eugenia Vásquez, en un trabajo con Donny Meertens, destaca “la estigmatización social de la que fueron objeto las ex combatientes por considerárselas doblemente
transgresoras: por una parte, por haber infringido las normas de convivencia pacífica y haber ejecutado acciones violentas contra el establecimiento y por la otra, por haber ido
en contra de los patrones de comportamiento establecidos para las mujeres”.

Todos los testimonios disponibles indican que afectiva y sexualmente las mujeres salen mucho más perjudicadas de las organizaciones armadas que los hombres. Las razones son tan simples como ancestrales: no es lo mismo ser violada que violar, no es lo mismo quedar embarazada que embarazar una compañera, no es lo mismo abortar forzadamente que ni siquiera enterarse de un retraso y no es lo mismo tener prohibido construir una familia que poder hacerlo, incluso estando activo dentro del grupo, como lo hace una fracción importante de los hombres.

Sobre las tres primeras diferencias no vale la pena extenderse en argumentos. Sobre la última, refiriéndose a sus compañeros varones del M-19, Vera Grabe anota que ellos
pudieron encontrar “una manera de preservar y cuidar su familia y de resguardarla como su puerto y remanso, con una compañera leal que criaba y cuidaba a los hijos e hijas”.

Ella misma sufrió en carne propia la incompatibilidad, como mujer, entre la guerra y la familia al verse obligada a abortar por el mismo compañero que mantenía esposa y
dos hijas en la ciudad. Los datos de la encuesta apuntan en la misma dirección. Mientras que entre los varones reinsertados dos de cada tres logran conformar una pareja con una persona ajena al grupo armado, para las mujeres la fracción es apenas la mitad: tan sólo una de cada tres parece tener la posibilidad de formar una familia ajena al conflicto. Las demás se dividen por igual entre quienes no consiguen pareja y las que mantienen una relación, lejana, peculiar, tal vez compartida, con alguien de la organización ilegal.

 

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