FIP Opina / 21 de febrero de 2019 / Tiempo de lectura: 12 min.

Terrorismo: apuntes para comprenderlo

El atentado contra la Escuela de Cadetes General Santander revivió el fantasma del terrorismo, un arma usada por diversos grupos a lo largo de la historia. Este análisis amplio sobre el tema arroja luces sobre los motivos, la efectividad y lo idóneas que han resultado, hasta ahora, las políticas de la llamada guerra contra el terrorismo.

Esta columna se publicó el 15 de febrero de 2019 en Revista Credencial Leer columna original
Foto: Policía Nacional
Foto: Policía Nacional

Los actos terroristas, además del dolor que provocan de modo natural las pérdidas humanas y materiales, producen confusión, incertidumbre y ansiedad. Por un lado, la atrocidad de la guerra escapa de la órbita de los combatientes y se hace presente en la vida de los ciudadanos del común, y, por otro, su carácter abrupto tizna la cotidianidad con la sombra de la paranoia. Decimos que el terrorismo es político porque busca presionar a las autoridades en un sentido particular. Les recuerda que existen asuntos pendientes y que estos no se pueden ocultar.

El terrorismo es muy propio (aunque no exclusivo) de las guerras asimétricas e irregulares. Cuando las fuerzas en contienda poseen capacidades militares muy desequilibradas y, por lo tanto, los opositores al régimen no están en condiciones de desafiarlo a través de un enfrentamiento tradicional de tropas, el bando más débil recurre al terrorismo para demostrar su capacidad de desestabilización. Es lícito afirmar que el terrorismo se ubica en el plano de la guerra psicológica, pues pretende que, por efecto del miedo que generan sus consecuencias, la sociedad civil presione a los Estados a tomar medidas a favor de los opositores.

El terrorismo tiene diversas manifestaciones. Las detonaciones en lugares públicos o donde hay aglomeración de personas (aeropuertos, estadios, restaurantes, aviones, etc.); la toma de rehenes civiles, y el secuestro y ejecución de no combatientes son las más frecuentes. Otros actos de violencia criminal son también ubicados en esta categoría cuando generan una afectación masiva y directa para la población civil. Tal es el caso de los secuestros (incluso los extorsivos), las emboscadas en vía pública, los atentados que tienen efectos sobre activos comunitarios o ambientales, o los asesinatos de líderes del establecimiento mediante actos de violencia indiscriminada.

Con frecuencia se afirma que el terrorismo es connatural al conflicto desigual y que, por ello, es posible rastrear actos terroristas a lo largo de toda la historia. Pese a ello, es innegable que, en su forma contemporánea, se desarrolló a finales de la década de los 60 y comienzos de los 70, que su auge se ha servido de los avances en las comunicaciones y que ha acompañado el proceso de globalización. En efecto, el terrorismo hace parte de los conflictos que se escapan a los códigos de las guerras entre Estados y, por su carácter propagandístico, se vincula estrechamente a comunicación amplia y a la reivindicación de sus efectos.

Dentro de los primeros ataques terroristas que sacudieron al mundo estuvieron el llamado ‘Viernes sangriento’ del 21 de julio de 1972, en donde once personas murieron y 130 más resultaron heridas tras el estallido de una bomba en Belfast, capital de Irlanda del Norte. El ataque fue atribuido al Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés), el cual, diez días después, estalló tres carros bomba más dejando seis muertos adicionales. Ese mismo año, ocho miembros de la brigada palestina del llamado ‘Septiembre negro’, secuestraron once atletas israelíes en la Villa Olímpica mientras transcurrían los juegos de Múnich. En un intento fallido de rescate, nueve atletas y cinco terroristas murieron.

En términos generales, es posible reconocer tres ámbitos de la confrontación política que han sido fértiles para el desarrollo de ataques terroristas. Uno es el de las guerras por la liberación y los conflictos con grupos insurgentes. Otro es el de las guerras que involucran grupos o facciones extremistas de tipo religioso y, finalmente, el ejercido por organizaciones criminales que pretenden doblegar la voluntad de los Estados. Como en todos los asuntos que involucran la guerra y la violencia, estas categorías son sólo indicativas, y no implican una frontera definitiva entre los ámbitos antes señalados.

En el caso de las guerras de liberación, o de los conflictos con grupos insurgentes, el terrorismo ha sido una estrategia complementaria a la guerra de guerrillas y se ha utilizado como un modo de presionar cambios en los regímenes políticos o el inicio de conversaciones de paz.

El ataque a las olimpiadas de Múnich fue uno de los primeros capítulos luctuosos de este tipo que tuvieron lugar en el marco de la confrontación palestina – israelí. Es bien sabido que Yasir Arafat, quien fuera primero líder del extremista grupo Al Fatah y luego Presidente de la Autoridad Nacional Palestina y nóbel de paz en 1994, tuvo uno de sus giros más relevantes cuando renunció y rechazó la práctica del terrorismo como mecanismo de lucha política. En ese marco se pueden inscribir también las acciones terroristas desarrolladas por el IRA en Irlanda del Norte, ETA en España, Sendero Luminoso en el Perú y los atentados en Moscú de la guerrilla chechena.

La modalidad relacionada con las guerras religiosas ha tenido una expresión sobresaliente con las prácticas terroristas protagonizadas por grupos extremistas que reivindican la Yihad Islámica como Al Qaeda, Dáesh (ISIS – Estado Islámico) y Boko Haram. En estos casos, el terrorismo muestra el rechazo público a las distintas formas de intervencionismo occidental en las naciones árabes y, por otro, se demuestra la enorme disciplina y radicalismo ideológico de sus militantes. El ataque a la semanario satírico de izquierda Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015, y en donde dos hombres vestidos de negro asesinaron a doce personas tras gritar “Alá es el más grande”, es una muestra que sintetiza varios de los rasgos más dominantes de este tipo de actos.

Finalmente se encuentra el terrorismo ejercido por organizaciones criminales que buscan doblegar la voluntad de las autoridades que los han perseguido. El principal caso ha sido, sin lugar a dudas, la guerra que desató el narcotraficante Pablo Escobar contra el Estado colombiano durante finales de la década del 80 y principios de los 90 para obligar al cambio en la política de extradición mediante actos de terrorismo indiscriminado. En la memoria de los colombianos aún reposan con horror la bomba al Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), que mató a 70 personas e hirió a 500, y la explosión en vuelo de un avión de la aerolínea Avianca, con 107 personas a bordo.

La guerra contra el terrorismo

La historia del terrorismo tiene un hito central con la serie de atentados contra Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, que dejaron, en el caso del ataque contra las Torres Gemelas, el infame saldo de más de 3000 personas asesinadas y 6000 más heridas. Este ataque, que fue atribuido a los grupos extremistas Talibanes de Al Qaeda en Afganistán, liderados por Osama Bin Laden, desató una reacción internacional sin precedentes, que condujo a la declaratoria de la ‘guerra contra el terrorismo’ y a su identificación como una amenaza de alcance global.

En esta nueva fase se partía de tres consideraciones. Una, que las acciones terroristas habían superado cualquier expectativa de daño y que, con los ataques en EEUU, los terroristas demostraban que sus tácticas habían alcanzado una sevicia sin precedentes. La segunda, que el “enemigo” a combatir no estaba necesariamente localizado en las zonas de guerra abierta y que muchos de los radicales responsables de los ataques eran ciudadanos acogidos por los países víctimas de los atentados. Y la tercera, que el terrorismo había virado su táctica para concentrarse en desestabilizar a las potencias occidentales en su propia casa.

La ‘guerra contra el terrorismo’ ha tenido expresiones de tipo militar, político, y en el ámbito de las políticas públicas. En cuanto a las primeras, el argumento antiterrorista justificó diversas modalidades de incursión militar de las potencias occidentales en Irak, Afganistán, Yemen, Mali, Somalia y Pakistán.

Políticamente, el sistema multilateral condenó las prácticas terroristas y definió lineamientos conjuntos para actuar en el marco del derecho internacional en contra de ellas. Tras la preparación y el lanzamiento del informe “Unidos contra el Terrorismo”, el Sistema de Naciones Unidas adoptó en 2006 la Estrategia Global contra el Terrorismo, conformada por cuatro pilares que implican medidas preventivas, de eliminación de condiciones para la propagación, de fortalecimiento de los Estados y de garantía de los Derechos Humanos.

Antes, la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos acogió, el 3 de junio de 2002, la Convención Interamericana contra el terrorismo, que además de plantear medidas para ‘prevenir’, ‘combatir’ y ‘eliminar’ el terrorismo, formuló pautas como la de eliminar la excepcionalidad del acto terrorista como delito político y la de acordar la denegación del asilo para grupos terroristas.

Estas medidas tuvieron un efecto preponderante. La denominación de Estado auspiciador o tolerante con el terrorismo comenzó a convertirse en un estigma con implicaciones de tipo político y económico. Un buen ejemplo de estos efectos es el esfuerzo realizado por la República de Cuba para no ser identificado como un Estado que apoya organizaciones terroristas. Eso en el marco de sus políticas de paulatina apertura internacional.

Es innegable que tras estas decisiones internacionales se creó un cerco de tipo político que ha aumentado el aislamiento de los grupos terroristas y que le ha restado oxígeno a los movimientos de tipo nacionalista, rebelde o insurgente, que acudieron durante décadas a prácticas terroristas como mecanismo de transacción política.

En el ámbito de las políticas públicas, la guerra contra el terrorismo privilegió las medidas internas de control y seguridad, hizo un énfasis muy importante en inteligencia, comunicaciones, rastreo e interceptación, y generó un efecto no deseado de tipo cultural que agudizó la estigmatización de grupos étnicos y aumentó expresiones de xenofobia con migrantes de origen no caucásico. Esto, al tiempo que desataba un delicado debate sobre la posible colisión entre el derecho a la intimidad y la libertad religiosa, y la seguridad nacional.

¿Ha funcionado?

Con todo, las medidas tomadas en el marco de esta ‘guerra’ no han sido del todo eficaces para detener los ataques terroristas en el mundo. Pocos años después de iniciada, tanto en su plano político como en el militar, Occidente atestiguó una nueva oleada de ataques terroristas que puso en vilo la confianza en las instituciones.

El 11 de marzo de 2004, el sistema ferroviario español fue atacado mediante 10 explosiones simultáneas, preparadas y perpetradas por una una célula terrorista de tipo yihadista. El ataque cobró la vida de 190 personas y le infligió heridas a casi 1900 más, según las cifras oficiales. EL 5 de julio de 2005, tres bombas en la modalidad de ataque suicida, explotaron en distintas estaciones del metro de Londres con una diferencia de menos de un minuto, y el 21 de julio de ese mismo año, fue atacado el sistema de metro con cuatro detonaciones, a las que se sumó una bomba en un autobús. El saldo en estos casos fue de 56 personas fallecidas y más de setecientos heridos. Los atentados fueron atribuidos a grupos de yihadistas establecidos en el Reino Unido.

Tras varios años de tensa calma, el 12 de junio de 2016, un tiroteo ocurrido en la discoteca Pulse en Orlando (Florida) provocó la muerte de 50 personas y heridas a 53 más. El responsable, Omar Mir Seddique Mateen, quien fue abatido por las autoridades, juró lealtad al Estado Islámico antes del hecho. Ese mismo año, Francia fue víctima de atentados terroristas perpetrados por grupos extremistas y radicales. En noviembre, la ciudadanía de París y de Saint-Denis se vio estremecida por varios hechos que cobraron la vida de 137 personas y que causaron heridas a 415: dos tiroteos, uno en los restaurantes Le Petit Cambodge y Le Carillon, y otro en en el teatro Bataclan, y una explosión llevada a cabo en un restaurante cercano al Estadio de Francia, durante un partido amistoso entre las selecciones de Francia y Alemania.

Dentro de esta oleada se deben mencionar también el atropellamiento masivo en noviembre de 2016, en Berlín, que cobró la vida de 11 personas, y la explosión en el centro de eventos Manchester Arena, durante la finalización del concierto de la cantante Ariana Agrade, que produjo la muerte a 22 asistentes y heridas a 116 más. En ambos casos, aunque en el episodio alemán hay dudas en la investigación, los ataques fueron reivindicados por el Estado Islámico.

Aun existen dudas sobre el éxito que tuvo el conjunto de medidas adoptadas por las naciones occidentales en el marco de la llamada ‘guerra contra el terrorismo’, pues, pese al enorme esfuerzo e inversión que se ha realizado para combatir a los grupos extremistas en sus propios territorios y al endurecimiento de las medidas políticas, diplomáticas y de seguridad, cada cierto tiempo siguen apareciendo hechos que muestran, por un lado, la incapacidad de los cuerpos de seguridad para desactivar todas las amenazas, y por otro, la existencia de organizaciones y redes dispuestas a planear hechos con los que, mediante poco esfuerzo militar, se consiguen grandes efectos en la población.

En ese marco de incertidumbre resaltan dos asuntos. Uno, lo relevantes que han sido las expresiones masivas de rechazo ciudadano al terrorismo y de solidaridad internacional con las víctimas. No se debe olvidar que el terrorismo busca que los ciudadanos presionen a sus Estados en un sentido u otro. Es indudable que cuando el efecto del terrorismo es la unidad entorno a la ciudadanía y las instituciones, el objetivo político se pierde o, al menos, se matiza.

Finalmente, es muy importante la constatación de que la mayoría de actos de terrorismo son efectuados en o desde naciones que tienen conflictos armados internos abiertos. Por eso, la relevancia también de buscarle soluciones pacíficas a ellos.

 

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